Estaba muy mentalizada de esta fecha porque el vuelo Katmandú-Madrid lo tenía comprado desde Mayo. Todo llega a su fin pero me voy con el sentimiento de que me puedo morir tranquila: “el día que comprendí que lo único que me voy a llevar es lo que vivo empecé a vivir lo que me quiero llevar”.
Hablando de kilómetros, este no es el vuelo de vuelta más largo que he hecho en mi vida pero si es uno de los vuelos más interminables si tratamos las emociones. Estos últimos días han sido como una olla a presión de sentimientos contrapuestos, algo así como tener la mitad de tu cabeza en Katmandú y la otra mitad en Madrid.
Por un lado me entra nostalgia cuando echo la vista atrás porque esto ha sido una dulce vorágine. Han sido muchos momentos irrepetibles y claro, siempre podré volver a un sitio pero cada minuto de la vida es único. Voy a echar de menos la sensación de libertad y de no mirar el reloj porque en breves entraré de nuevo en ese bucle en el que corremos demasiado y a tal velocidad no apreciamos nada. La montaña me ganó dos veces en el último instante y esto hace unos años por orgullo hubiera sido imposible pero ahora mismo valoro más el camino que la cima. Sigue leyendo