Una buena manera de despedir 2014 era llegar al Lago Atitlan como más me gusta, caminando por todo lo alto.
Lo fascinante del Lago Atitlan es que cada pueblo es una cultura maya diferente. Un vecino de San Marcos Laguna habla Kakchikel mientras que uno de Santiago Atitlan habla Tzutujil. Si no fuera por el español, estos vecinos jamás se entenderían. Además cada etnia lleva con orgullo su ropa tradicional.
Por ejemplo, en Santiago Atitlan, si te sales corriendo de la calle principal llena de souvenirs, ves vida local en todo su esplendor. Son pocas las señoras que llevan el tocado típico Tzutuhil pero eran muchos los hombres que vestían así.
La modernidad ha pasado por alto al pueblo de San Juan Laguna y su población se encarga de proteger su identidad y cultura incluso expulsando a los judíos ortodoxos que se instalaron aquí. Me encantó el colorido de este pueblo gracias a los murales que relatan el día a día de la comunidad.
San Marcos Laguna es la meca del yoga y de los hippies que encontraron aquí una energía positiva especial. El pueblo es muy pequeño y sus tres están impregnados de música relajante, centros de medicina tradicional, escuelas de meditación y restaurantes vegetarianos.
Es curioso y da lugar a postales pintorescas como en todos los pueblos del Lago Atitlan la cultura indígena convive con aquella traída por todos los viajeros del mundo que han quedado atrapados en este lago.
San Pedro Laguna es el epicentro del desfase fiestero de los extranjeros. Este 31 de Diciembre no comí uvas pero a cambio lo celebré con mis compañeros del trekking en el Buddha bar. Música en directo en dos plantas, bebida barata y fuegos artificiales.
Y por último Panajachel. Muy turístico pero es innegable que tiene las mejores vistas del lago con los volcanes Tolimán y Atitlan de fondo y es el sitio ideal para ver el atardecer.
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